Adentrarse en la Playa de las Palomitas, en la zona del Bajo de la Burra, muy cerca de Corralejo, en la isla de Fuerteventura, es toda una experiencia porque es como ir pisando palomitas de maíz, pero tan duras que se clavan en los pies.

Los esqueletos de coral y las algas calcáreas erosionados por las olas y que los científicos llaman rodolitos, son los artífices de esta curiosidad de la naturaleza, una naturaleza sorprendente al final de una llanura sin apenas vegetación y con un mar que rompe muy bravo contra las rocas volcánicas de la orilla.

Resulta curioso comprobar como este paraje casi en medio de la nada, está jalonado de historias fascinantes.

Al lado de esa playa, en el lugar conocido como Valle del Dinero, en una de las cuevas que existen, dicen que hay un gran tesoro escondido.

Cuenta la leyenda que, en el siglo XVIII, unos piratas ingleses persiguieron a varios barcos españoles que volvían del Nuevo Mundo cargados de oro. Los barcos encallaron en esa zona, pero los españoles pudieron esconder el oro antes de que llegaran los ingleses.

Es una leyenda con tantos visos de realidad que hace solo unos años, allá por 1940, un cubano de ascendencia majorera volvió a la isla y se dedicó a excavar ñpor todo el valle para buscar el tesoro del que le habían hablado sus antepasados.

No hay constancia de que lo haya encontrado, pero sí de que, en el fondo marino y cerca de ese lugar, unos submarinistas han hallado restos de naves que se corresponderían con las características de aquellas que encallaron huyendo de los ingleses.

Hoy, siglos después, solo ese silencioso y solitario Valle del Dinero en la bellísima y espectacular isla de Fuerteventura, guarda el secreto del lugar exacto en el que los españoles habrían escondido aquel tesoro mientras sobre toda la isla y sus paisajes bellamente desnudos, planea la leyenda de Laurinaga.

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Dicen que hace mucho tiempo, en esta isla abundaban las plantas con flores extraordinariamente hermosas y que desaparecieron por culpa de una maldición.

Cuenta la leyenda que el hijo de don Pedro, uno de los señores de la isla, intentó seducir violentamente a una joven isleña de la que se había encaprichado. Un campesino que escuchó los gritos de la muchacha, acudió en su ayuda y cuando lo estaba sujetando, apareció el padre del agresor y pensando que era el campesino el causante de los gritos de la muchacha, lo mató arremetiendo contra él con su caballo.

Cuando el chico estaba tendido en el suelo, apareció una vieja campesina que volviéndose a don Pedro le dijo entre gritos que ella era Laurinaga, la mujer a la que el propio don Pedro había violentado en su juventud y que aquel muchacho muerto era el hijo de ambos. Don Pedro había matado a su propio hijo.

Laurinaga, rota de dolor, maldijo aquella tierra en la que tanto había sufrido y en ese mismo momento, cuentan que empezaron a soplar fuertes y ardientes vientos procedentes del desierto del Sahara y que las plantas y las flores que hasta entonces lucían hermosas, quedaron inmediatamente chamuscadas y el paisaje se volvió yermo como ahora lo conocemos y que hacen de esta isla un lugar singularmente bello.