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La realidad de la Segunda República detrás de los mitos y las leyendas

En el 90 aniversario de la instauración de la última república en España, es necesario distinguir entre la historia y lo que ha trascendido de esta

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Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, durante un desfile militar - EFE

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 14 abr 2021

Sobre la Segunda Repúlica, cuya proclamación cumple este miércoles 90 años, mucho se ha escrito y mucho se escribirá. Pero más que por lo que fue, por lo que se recuerda. Y es que si hay que ser justos con la historia, la República tiene tras de sí un aura casi mística que no corresponde, al menos en parte, con la realidad de la época.

Es decir, ha trascendido con una imagen bastante mejorada en comparación con la que tuvo en su día. Como comenta Roberto Villa, historiador y profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, "es innegable que existe una mitificación de la República que se basa, sobre todo, en la atribución de las buenas intenciones". Unas intenciones que, finalmente, no fueron tal como se recuerdan.

Para empezar, la declaración de la Segunda República fue consecuencia directa de las elecciones municipales del domingo 12 de abril de 1931, que predecerían a unas posteriores elecciones a las Cortes. Estos primeros comicios arrojarían un resultado que cada quién interpretaría a su manera. La tendencia monárquica obtuvo más de 40.000 concejales en todo el territorio, mientras que los republicanos contaban algo más de 36.000.

Sin embargo, la Conjunción Republicano-Socialista sí fue dominante en las capitales de provincia, en las que obtuvo 38 alcaldías, por solo nueve para los Monárquicos. A pesar de la dualidad de los resultados, el bando republicano consideraba los buenos números en las principales ciudades como un plebiscito a favor de la instauración de un nuevo régimen.

La realidad de la Segunda República

Del mismo modo, y en contra de la concepción que muchos tienen de este período, relacionándolo con una etapa de libertad y democracia para el país, lo cierto es que no fue ni lo uno, ni lo otro. Para empezar, el sistema republicano no fue capaz de aglutinar a todas las fuerzas políticas porque tampoco lo intentó.

Solo se tenía en cuenta la opinión de aquellos partidos y organizaciones de izquierda republicana, desoyendo por completo ya no solo a los monárquicos, si no también a aquellos que, a pesar de estar de acuerdo con el cambio de sistema, no lo estaban con la ideología. Como bien recuerda Villa, uno de los mayores dejes es, precisamente, que "solo se planteó una de las repúblicas posibles y se marginó, por decirlo de alguna manera, a todas las demás".

Por ello, y como bien comenta César Cervera, periodista de ABC, "el hecho de que la Segunda República fuera democrática es el mito más cuestionable, porque aunque sí tuvo ciertos niveles de democracia, fracasó la idea de democracia, de dialogar con tu oponente político y llegar a ciertos acuerdos". Atendiendo a esto, se puede decir que la primera piedra contra el tejado republicano vino 'lanzada' por el propio sectarismo que tuvo la izquierda en su momento.

Este cierre en banda es, posiblemente, el punto de partida que explica todo lo posterior. La redacción de la Constitución de 1931, en la que se veían reflejados los pensamientos de solo una parte de los españoles y que, además, estaba fuertemente influenciada por las ideas de algunos de los partidos, fue el siguiente punto débil del nuevo modelo de Estado.

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Por ello, y a pesar de que este período en nuestro país es visto por una gran parte de la población como un ejemplo del poder del pueblo, en realidad, no fue así. Si bien es cierto que el cambio de modelo contaba con un gran apoyo en las calles y en las principales ciudades del país, este apoyo no fue tan unánime como lo que se registró en las urnas, por lo que el Gobierno constituído no representaba la totalidad de la realidad.

Del mismo modo, las libertades y derechos de la época, dos de los factores que más se tienden a destacar, no son comparables con las actuales, que representan mucho mejor lo que debe de ser un gobierno democrático.

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Como cuenta Villa, esta etapa no es, precisamente, el mejor ejemplo en cuanto a libertad, principalmente porque "las libertades civiles que consagra la Constitución de 1931 estuvieron, durante el primer bienio republicano suspendidas por la 'Ley de defensa de la república. Después, entre 1933 y 1936, priman los Estados de Excepción, por lo que las libertades civiles se ven de nuevo limitadas".

Por todo esto, la República no debe ser considerada como una democracia según la entendemos hoy, puesto que carecía de muchas de las libertades necesarias para ello, si no más bien como un cambio de sistema que significaba una ruptura total con todo lo anterior.

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