Consciente de hallarse cercado, Pedro Sánchez ha gastado la munición de un endurecimiento del control judicial sobre el CNI y la reforma de la Ley de Secretos Oficiales. La Moncloa ya constató de antemano en sus tanteos que las posibilidades de dar carpetazo a la crisis dePegasus eran, en realidad, escasas. De hecho, el Presidente conserva un as en la manga, el de la desclasificación de oficio de las autorizaciones judicial es al seguimiento de dirigentes independentistas. Y esa carta, ya barajada en el complejo presidencial, puede ser guardada para cuando llegue la reunión con Pere Aragonés. El núcleo duro de Sánchez no lo descarta.

Aunque el Gobierno haya resuelto de momento levantar el secreto solo a petición de la Justicia, Sánchez es capaz de decir una cosa y al día siguiente la contraria con idéntica firmeza y atribuir su volantazo al desarrollo de los acontecimientos. “Trabajamos para cerrar la crisis”, admiten. Es su estilo. La solemnidad de los anunciosen ningún caso oculta a La Moncloa que cambiar la regulación orgánica delCentro Nacional de Inteligencia exige de una mayoría absoluta con la que, por ahora, no cuentan para sacarla adelante. Descontado tienen aprobar antes del verano una ley de información clasificada que sustituya a la actual de 1968.

Cuando Sánchez sube a la tribuna de oradores, nunca nada ha sido dejado por su equipo al libre albedrío. Este jueves, forzado a encontrar un hilo argumental, plagó su comparecencia por la crisis de Pegasus de agresividad contra el PP, porque, entre otras razones, su desalentada bancada, el PSOE, lo necesitaba, cuando la fragilidad de las alianzas parlamentarias baja la cotización presidencial, las urnas andaluzas están a la vuelta de la esquina,y las encuestas nacionales ponen por delante a Alberto Núñez Feijóo. En esta ocasión, como nunca antes, la comparecencia servía de termómetro para medir el aislamiento del Presidente.

De principio a fin, las arremetidas contra los Gabinetes de Mariano Rajoy fueron un latiguillo del Presidente. Ello lo buscó combinar con la pretensión de venderse al frente de un “Gobierno incompatible con la corrupción y comprometido con la regeneración democrática”. A las puertas de cumplir la próxima semana cuatro años de su llegada a La Moncloa a través de una moción de censura, Sánchez hasta presumió de defender “la Constitución”, “con los métodos que autoriza la Constitución” y “sin saltarse la Constitución”.

Estaba obligado además a arremangarse en su intento fallido de zanjar la crisis con sus socios y particularmente con ERC. Las reiteradas reivindicaciones de la “agenda del reencuentro”, una apuesta “personal”, “absoluta”, “rotunda” del Presidente, y sus alusiones a la “valentía” y el “coraje” de “quienes apostamos por el diálogo frente a quienes quieren romperlo todo y volver a 2017”, rebotaron contra el muro levantado por los independentistas. “¿Qué ha venido usted a hacer aquí?”, arrojó Gabriel Rufián a la cara de Pedro Sánchez. Sorprendió el tono duro empleado por el portavoz de ERC en el Congreso en la bancada azul.

Las Cortes han reflejado, con claridad, la soledad de Sánchez. De otro modo, sus colaboradores no hubieran tenido la necesidad de apresurarse a reescribir que el debate resultó un canto a la “regeneración”, la “transparencia” y la “coherencia”. Piezas, según su guión, al servicio de “poner al PP frente a su espejo” y de mirar adelante. Pero, sin ERC en la ecuación, se tambalean las sujeciones parlamentarias del Gobierno. La propia sala de máquinas socialista ha lanzado señales de disgusto con el costalero preferente. “Deben hacerse cargo ya – advierten molestos - de cuál es la alternativa a dejarnos con un pie en el precipicio”.