• Martes, 16 de abril 2024
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Revuelta “a lo Bruce Lee” en Hong Kong

Sin un líder aparente, los manifestantes contra la ley de extradición a China usan la estrategia de “ser agua” organizándose rápidamente a través de la Red

Revuelta “a lo Bruce Lee” en Hong Kong

 

TEXTO Y FOTOS: PABLO M. DÍEZ

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 14:48

“Be water, my friend” (“Sé agua, amigo mío”). La máxima filosófica del maestro de artes marciales Bruce Lee es el grito de guerra de los jóvenes que participan en las protestas de Hong Kong contra la suspendida ley de extradición a China, cuya retirada definitiva reclaman. Pero no lo entonan en sus manifestaciones; lo reciben en sus móviles con un emoticono. Y eso les lleva a tomar las calles.

Para evitar un fracaso como el de la «Revuelta de los Paraguas», que pedía en 2014 pleno sufragio universal, los manifestantes han cambiado de táctica. En lugar de ocupar durante meses puntos neurálgicos de la ciudad, han adoptado la estrategia de una guerrilla y llevan a cabo «movilizaciones sorpresa» como el masivo cerco de 16 horas del viernes a la comisaría central.

El asedio empezó de repente. A las once de la mañana, cuando grupos desperdigados hacían una sentada convocada ante las oficinas del Gobierno, de la nada aparecieron numerosos jóvenes enmascarados arrastrando vallas que cortaron la avenida escenario de todas las protestas. Sin un líder aparente al frente, ahí se vio el peligro que entraña cualquier movimiento incontrolado de masas, puesto que algunos manifestantes llegaron a discutir a voces si dejaban pasar o no a los coches atrapados en el embotellamiento.

Revuelta “a lo Bruce Lee” en Hong Kong

 

Pero, también de repente y de la nada, surgió el popular líder estudiantil Joshua Wong, quien altavoz en mano llamó a los jóvenes a rodear la comisaría central. Organizados a través de redes sociales encriptadas como Telegram, los manifestantes esperan el momento para actuar y acuden enmascarados para evitar ser identificados por las cámaras que pueblan Hong Kong por doquier. A ellas se suman las imágenes de los medios de comunicación y las grabaciones y fotos con móviles, como las que les hacían los propios policías atrapados dentro de la comisaría. Deslumbrándolos, contra ellos dirigían punteros láser que los obligaban a retirarse de las ventanas.

“Nos enteramos del lugar donde hay que manifestarse a través del móvil y acudimos a toda prisa para formar una multitud y luchar por nuestros derechos y libertades, que China nos quiere arrebatar”, explicaba Katrina, universitaria de 19 años, en el asedio a la comisaría. Mientras miles de jóvenes rodeaban el edificio policial, otros decidían bloquear dos cercanas sedes gubernamentales: la oficina de impuestos y la de pasaportes. Aunque la tensión estuvo a punto de estallar en muchos momentos porque los manifestantes están perdiendo la paciencia y se quejan de que sus protestas son “demasiado pacíficas”, trabajadoras sociales se encargan de pedir calma a través de megáfonos y coros cristianos cantan sin parar “Aleluya”. Además de recordar el carácter pacífico de las concentraciones, sus cánticos tienen una función práctica: al ser considerados una actividad religiosa, no necesitan permiso de las autoridades para ocupar las calles y alrededor de ellos pueden llevarse a cabo las protestas. Pero lo que no pueden impedir son los insultos de los más exaltados, que el viernes bombardearon con huevos la comisaría.

Pertrechados con camisetas negras y cascos amarillos, el uniforme de la revuelta, los manifestantes llevan gafas y máscaras para protegerse de los gases lacrimógenos y el espray de pimienta que lanzan los antidisturbios. Como escudo, blanden paraguas, símbolo de este movimiento pro-democrático que planta cara al autoritario régimen de Pekín.

Todos estos accesorios son suministrados por distintos puntos de entrega que, montados bajo carpas alrededor de las manifestaciones, distribuyen agua y galletas para aguantar las horas de espera y hasta colirio para las víctimas de los gases y esprays de pimienta. “Todas estas cosas las ha donado la gente y nosotros las almacenamos hasta la próxima ocasión”, contaba el sábado Mandy, de 16 años, mientras ayudaba a levantar el campamento frente al Gobierno y el Parlamento local, donde todavía quedaban varios grupos de concentrados. A pesar de su corta edad, en Mandy y muchos otros adolescentes de su generación ya se ha despertado la conciencia política por miedo al autoritarismo de Pekín. “Si Hong Kong se convierte en una ciudad china más y no podemos expresarnos libremente, emigraré”, asegura con determinación.

Evitando las fotos de los turistas chinos que pasaban por allí, para no ver expuesta su imagen, recogía junto a dos compañeros recién graduados del instituto, Kate y Eric. Según reconocían, “nos lo llevamos todo a un almacén hasta la próxima manifestación”, prevista en el Distrito Central para el miércoles, en vísperas de la cumbre del G20 en Japón a la que asistirá el presidente chino, Xi Jinping. Pero antes ya ha habido pequeños cercos a otros edificios oficiales porque los manifestantes de Hong Kong “son agua”, como decía su paisano Bruce Lee, y pueden fluir o golpear en cualquier momento.

“Ahora el movimiento es más autónomo, orgánico y sin líderes. Por supuesto yo concedo entrevistas a medios extranjeros, pero las acciones que se llevan a cabo no las anuncia nadie. Parece como un sistema de inteligencia artificial, como demuestra el lema de Bruce Lee en las protestas: “Be water” (“Sé agua”)”, analiza Joshua Wong, el activista más joven y combativo de Hong Kong. Tal y como detalla, “la gente decide los pasos a seguir a través de foros en internet y Telegram, incluso acordando los plazos al Gobierno para que responda. Las acciones no son anunciadas por políticos, sino por los ciudadanos en internet”. A su juicio, esta revuelta “a lo Bruce Lee” es “un nuevo modo de demostrar el poder de la gente”.

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