La destrucción de la presa de Kajovka, cerca de la localidad de Jersón, puede marcar un antes y un después en la invasión rusa de Ucrania. Seiscientos metros de la presa han quedado completamente destruidos y las autoridades locales ya han comenzado la evacuación de urgencia ante la previsión de que el agua pueda alcanzar un punto crítico. Si se confirmara que estamos ante el uso del agua como arma de guerra para impedir el avance ucraniano, tendría razón el presidente Zelensky al hablar de terrorismo, pero el Kremlin niega ser el responsable del ataque.

La prudencia es necesaria, pero la pregunta sobre a quién beneficia todo esto tiene una respuesta bastante clara. La voladura de la presa impide cualquier plan de Kiev de realizar una ofensiva cruzando el río Dnipro, al convertirlo en una gigantesca zona pantanosa. Los pocos civiles que aún quedaban en la zona tendrán que ser evacuados y el desastre ecológico será enorme, y miles de civiles podrían morir.

Esto sucede cuando todos los ojos están centrados en el comienzo de la contraofensiva ucraniana y cuando a Putin parecen abrírsele un montón de frentes. Habrá que ver qué es lo que provoca la voladura de la presa, porque el aparente beneficio en el control de la zona a corto plazo puede suponer un serio revés en función de las consecuencias.

En estos días, precisamente, está en Kiev el cardenal Zuppi, enviado por el Papa en una misión de paz que no se contradice con el reconocimiento del derecho que asiste a Ucrania de recuperar su territorio y su soberanía. Veremos si el enviado papal puede llegar también a Moscú, que sigue siendo el responsable de esta guerra insensata y cruel.