De todos los dislates que incluía la nueva EBAU del Gobierno de Pedro Sánchez, quizás la denunciada por los miembros de la Real Academia de Historia fuera la mayor, al alertar de que existía una sobrerrepresentación de contenidos políticos orientados a una agenda política coyuntural y cambiante. Nada nuevo, por desgracia, a la hora de confundir Estado, Gobierno y política de partido, con especial gravedad en lo que se refiere a la disparatada sucesión de leyes educativas, en su práctica totalidad impulsadas por gobiernos socialistas, que llevamos sufriendo en los últimos 40 años.

La nueva EBAU que pretendía poner en marcha el ministerio de Pilar Alegría, y que ahora se pospone para el curso 2027-2028, ha levantado una extraña unanimidad de críticas en los más diversos sectores. Además de los historiadores, han salido en tromba, entre otros, filósofos, escritores, profesores y lingüistas para denunciar una rebaja en los contenidos de la prueba y un arrinconamiento intolerable, en particular, en disciplinas de carácter humanista y en habilidades tales como comprensión lectora, reflexión y análisis de textos. Recordemos el drama anual que supone cada año el informe PISA cuando le saca los colores a la educación en España e incide, precisamente, en el bajo nivel que presentan los alumnos españoles.

Bien está, por otra parte, que aunque haya sido ante el clamor general, el Gobierno haya reculado y que, como ha sucedido en otras ocasiones, haya acertado cuando rectifica. Lamentablemente no siempre es así. Su cerrazón ideológica y el gobernar a golpe de decreto, de manera mucho más frecuente que cualquier otro gobierno en democracia lo haya hecho, muestran bien a las claras que estamos ante un Ejecutivo que a la hora de pensar y redactar sus propuestas, cuanto más habla de expertos, menos los tiene en cuenta.