Después de casi un mes de recuento de votos, protestas y presiones de la Unión Africana y de la ONU, el Tribunal Constitucional de la República Democrática del Congo ha declarado válida la elección del opositor Felix Tshisekiedi como nuevo presidente electo. Por primera vez en la turbulenta historia de este inmenso y poblado país se produce una alternativa democrática en el poder, pero no parece que vaya a registrarse también un cambio real. La Iglesia Católica, única y perseguida voz que se ha atrevido a denunciar los graves atentados contra los derechos humanos cometidos por el régimen de Kabila, ha mostrado sus dudas, bien documentadas, de que el recuento electoral haya sido del todo limpio.

Todos los observadores independientes daban como vencedor a Martin Fayulu que representaba la esperanza de un auténtico cambio, mientras que Tshisekiedi llegó a un sospechoso acuerdo con el Gobierno saliente antes de las elecciones. Por otra parte el partido oficialista se ha alzado con la mayoría parlamentaria y Kabila se hará previsiblemente con la presidencia del Senado, lo que le convertirá en la segunda autoridad de la República. La sospecha es que seguirá gobernando de hecho. Se plantea así una transición bajo la tutela de un Kabila que ha conducido al país hacia al caos. No obstante, a partir de ahora cabe esperar que el mundo no aparte su mirada de lo que ocurra en este inmenso y convulso país africano, como ha sucedido hasta ahora.