Cuando se habla de corrupción en España, casi todos los dardos suelen dirigirse al Partido Popular, lo cual es fruto de un manejo interesado y sectario de la información. La corrupción tiene profundas raíces morales y culturales, y afecta a todos los partidos que ejercen el poder, pero afecta también al conjunto de nuestra sociedad.

Afectó y afecta, ciertamente, al PSOE desde los primeros tiempos en que asumió la responsabilidad de gobernar, hasta la etapa más reciente con los ERES de Andalucía. Ha afectado también, y mucho, a los nacionalistas catalanes, y también al PNV. Pero la corrupción no es solo la inmoralidad en la que caen algunos servidores públicos que aceptan sobornos por su codicia. Es algo mucho más amplio y, casi siempre, un abuso de poder, una descomposición moral que utiliza la mentira, el engaño y la demagogia para sacar provecho político.

El fracaso de esta legislatura y la sensación de bloqueo institucional podría abrir una oportunidad para que los partidos profundicen sus mecanismos internos de vigilancia, pero más aún, para que concordaran un esfuerzo de regeneración más allá de siglas, un cambio cultural en el que esté comprometida la sociedad civil y que sirva para elevar la calidad de nuestra convivencia democrática y de nuestras instituciones, en lugar de lanzarse el fango unos a otros, provocando el hartazgo y la desconfianza de los ciudadanos.