Hoy se cumplen 44 años de la aprobación en referéndum de nuestra Constitución. Es una Constitución especial en la historia de España. Llegó después de un siglo XIX y un siglo XX muy turbulentos. Llegó después de que Alfonso XIII tuviera que exiliarse, después de la Constitución de la II República, que no fue redactada pensando en todos los españoles, tras una cruel guerra civil y después de una dictadura que, durante mucho tiempo, suprimió las libertades.

44 años después estamos inmersos en una crisis constitucional seria, iniciada con la breve declaración de independencia de Cataluña en 2017. Ahora una parte no pequeña de los diputados en el Congreso reclaman que se reconozca el derecho de autodeterminación, derecho que no se reconoce en ninguna Constitución, porque ningún Estado regula su propia destrucción. El problema se agrava porque el actual Gobierno se apoya en esos diputados. En este preciso momento se está debatiendo una reforma penal que supone una torpe reforma del ordenamiento constitucional por la puerta de atrás. Al suprimir el delito de sedición, la Constitución queda indefensa.

El protagonismo de los partidos secesionistas desaconseja una reforma que, en otras circunstancias, sería necesaria en algunos puntos. Las constituciones no pueden ser indiferentes a los cambios que se producen en la comunidad. Sería muy necesario, por ejemplo, equilibrar el excesivo crecimiento de las administraciones autonómicas, o el choque de competencias entre el Estado y las comunidades autónomas. Pero eso tendrá que esperar.