Desde la revolución de 1959, Cuba vive instalada en una pendiente de degradación política y social que solo ha traído pobreza y misera y que la convierte en un claro ejemplo de una sociedad que se vuelve contra sus ciudadanos. Los obispos de Cuba acaban de denunciar que la isla atraviesa la “crisis más grave de los últimos decenios debido a las carencias de alimentos y medicinas”. Carencias que han alcanzado niveles “nunca vistos entre nosotros”, según el comunicado de la Conferencia Episcopal cubana en la presentación del nuevo plan de pastoral.

Para los obispos cubanos, la ausencia de libertades y las consecuencias económicas de un sistema incapaz de generar riqueza están produciendo una eleva inflación que provoca que los jóvenes no estén motivados y que les incapacita para emprender proyectos comunes. El malestar creciente entre la población genera desesperanza, lo que está obligando a los más jóvenes a emigrar. A estos factores se suma la inseguridad ciudadana, consecuencia “del deterioro de los valores morales, la no percepción del bien y de la verdad”.

Los obispos cubanos también han hecho autocrítica sobre la situación de la Iglesia. Consideran que las catequesis son pobres, hay pocos jóvenes comprometidos con la propuesta del Evangelio y escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. La Iglesia en Cuba, que renueva su compromiso de acompañar al pueblo en su tragedia, quiere seguir dando testimonio de la fuerza de cambio que trae el Evangelio.