Desde el jueves y hasta hoy los europeos eligen el nuevo Parlamento Europeo. El rumbo en los próximos cinco años estará condicionado por la distribución de fuerzas resultante, pero también por la lectura de los resultados que hagan los jefes de Estado y de Gobierno que conforman el Consejo. En las elecciones europeas de 2014 dieron la campanada partidos de izquierda radical, como la griega Syriza o, en España, Podemos. El temor hoy es a una ola populista todavía mayor, solo que de derechas. El argumento hasta ahora era que, al ser percibidas como elecciones de segundo nivel, estos comicios favorecen el voto protesta. Hoy seguramente esto ya no sea así. Los ciudadanos son conscientes de que en la UE se toman decisiones importantes para sus vidas.

El voto protesta va más allá de la rabieta. Es el resultado de la ansiedad generada por la inseguridad y la incertidumbre ante el futuro. Motivos hay, desde luego, y es importante comprenderlos, no simplemente descalificar esas posturas extremas y por lo general desinformadas. Porque la verdadera protección de la que disponen hoy los europeos ante ese mundo incierto es la UE. Se trata de una protección limitada e imperfecta, pero basta pensar cómo hubiéramos afrontado sin ella las múltiples situaciones difíciles vividas en estos años, desde la crisis financiera de 2008 a la guerra de Ucrania, pasando por la pandemia. Europa ha sido también, y debe seguir siendo, un factor de estabilidad en el mundo. Quienes quieren convertirla en una fortaleza olvidan que los muros protegen, pero también aíslan, y suelen ser por ello sinónimo de decadencia.