Seguramente la Unión Europea tendrá capacidad para rebajar algunos humos soberanistas de la coalición de derechas que ha ganado las elecciones este domingo en Italia. Recordemos que en Italia ya ha gobernado una exótica coalición de populismos de izquierda y derecha formada por La Liga y el Movimiento 5 estrellas. Pero el resultado de ayer plantea interrogantes en un país que impulsó, desde el inicio, el proyecto europeo. Meloni se ha presentado con un conjunto de principios y valores, en muchos casos justos, pero que, aislados del marco que les da sentido, pueden convertirse en una trinchera ideológica.

El uso que se le da la palabra pueblo es un ejemplo. Un pueblo no es una etnia, ni una categoría partidista. Es un fenómeno positivo, es la raíz de la comunidad política en sus primeras expresiones, es un mundo compartido, un cierto sentido de la realidad. En ese sentido, es algo necesario para vivir humanamente. Pero la palabra pueblo se puede convertir en una categoría sentimental, nacionalista y antieuropea, se puede utilizar para construir fronteras antagónicas dentro de la sociedad.

Habrá que estar atentos a la política real que desarrolle el ejecutivo presidido por Meloni, que no debería caer en la tentación de ahondar la división entre los italianos, ni desperdiciar los avances experimentados bajo la batuta de Draghi. Bruselas también observará con cautela su posición ante la invasión de Ucrania y su solidaridad frente al desafío de Putin. El electorado italiano es especialmente volátil, y la coalición vencedora será juzgada muy pronto por sus hechos.