La Iglesia española ha quedado fuertemente conmocionada esta semana con el repentino fallecimiento a los 62 años del obispo de Astorga, monseñor Juan Antonio Menéndez. Su nombre era conocido por la opinión pública especialmente desde que, en septiembre de 2018, los obispos le pusieran al frente de una comisión encargada de articular una respuesta conjunta contra los abusos sexuales. A pesar de sufrir injustos ataques por antiguos casos en los que no tuvo ninguna responsabilidad, la realidad es que Juan Antonio Menéndez convirtió a su diócesis en un modelo de respuesta contra esta lacra, hasta el punto de que ha sido el referente para muchas otras Iglesias locales en España.

Aspecto clave en su aproximación era la cercanía a las víctimas, en la que reflejaba la misma sensibilidad que había demostrado al frente de la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal. En unos años difíciles, en los que a menudo se ha mirado a refugiados y migrantes con recelo y sospecha, el obispo de Astorga realizó una labor casi siempre discreta y silenciosa, pero que ha resultado clave en la respuesta inequívoca y unánime de toda la comunidad católica en España ante la llamada «crisis migratoria».

Esa unidad ha potenciado el papel de la Iglesia como actor de referencia moral ante la sociedad y como interlocutor prioritario para la Administración Pública, que sabe que, cuando se trata de defender los derechos humanos, ahí tiene siempre a aliados dispuestos a arrimar el hombro, con el Evangelio como única hoja de guía. Descanse en paz, Juan Antonio Menéndez