El aborto, junto a la inmigración, es el tema que mayor controversia social genera, según un gran estudio realizado en 2022 en América Latina, EE.UU., España y Portugal. Con datos como estos en la mano, los partidos políticos elaboran sus estrategias, bien para buscar nichos electorales y diferenciarse del resto, bien para rehuir la polémica y tratar de evitar el desgaste. Mientras los estrategas libran sus batallas demoscópicas, tiene lugar un drama de dimensiones colosales.

Según cifras oficiales, en los últimos 10 años, un millón de bebés han sido abortados en España. Se trata, por tanto, de la primera causa de muerte en un país, por cierto, que afronta el difícil reto de las consecuencias del descenso de la natalidad. Es un asunto demasiado serio como para despacharlo con eslóganes.

Por desgracia, la polarización sigue creciendo, mientras miles de niños siguen siendo eliminados, y miles de mujeres siguen pensando que no tienen otra alternativa que el aborto, que a fin de cuentas es la salida que favorecen las políticas públicas y avala el discurso dominante por parte de los poderes públicos. Frente a eso es necesario reivindicar que, antes de una controversia ideológica, el aborto es un fracaso colectivo de la sociedad.

Y que no por llamarlo “derecho” se anula la evidencia de que se trata efectivamente de la eliminación masiva de vidas humanas. Algo que, a derecha e izquierda del espectro político, debería remover las conciencias.