La conmoción suscitada por los atentados de ayer tarde en dos iglesias de Algeciras, con el asesinato de un sacristán y las graves heridas infligidas a un sacerdote mientras celebraba Misa, vuelven a plantear la vigilancia sobre el fanatismo yihadista, que se traduce en la aberración de matar en nombre de Dios. Es arriesgado decir que un terrorista como el marroquí Yusef Kansa, autor de los atentados de ayer, es una especie de "lobo solitario" que actúa por su cuenta. Los yihadistas no nacen sino se hacen, inducidos por sus contactos con una especie de hidra islamista. En Marruecos se practica la variante más respetuosa de las cuatro escuelas jurídicas islámicas, la "malikía", que se significa por su tolerancia hacia otras creencias religiosas, y las fuerzas de seguridad marroquíes cooperan con las españolas en la lucha contra el terrorismo. Pero está claro que, aunque las medidas policiales adoptadas en los últimos años en Europa han frenado muchos atentados, no pueden ofrecer una seguridad total.

Los atentados de Algeciras han sido condenados sin demora por la comunidad islámica local, y el Secretario General de la Conferencia Episcopal, monseñor García Magán, afirmó que no puede generalizarse el fenómeno yihadista ni culpabilizar de este horror a una comunidad religiosa. Por el contrario, insistió en la necesidad de preservar la armonía y la convivencia con la numerosa población musulmana presente en España. Dicho esto, es necesario reclamar a las diversas instancias del mundo musulmán la denuncia y la persecución de los comportamientos fanáticos que se detecten en su seno, para prevenir tragedias como la de ayer en Algeciras.