Tokio se convierte en estos días previos a la inauguración de los Juegos Olímpicos en el centro de las miradas de un mundo que aún vive bajo los efectos de la pandemia. Después de su aplazamiento, los Juegos se celebrarán sin la presencia de espectadores y sin el contacto humano en los actos oficiales. Pero con una ilusión renovada en que el esfuerzo de superación y el juego limpio de cada uno de los participantes sea una metáfora de esa necesaria esperanza con la que la humanidad necesita afrontar el futuro. En los Juegos Olímpicos no se trata solo de una competicion entre naciones. Hay en su trasfondo un tejido de entrega, trabajo en equipo, compromiso, renuncia y posibilidad de alcanzar metas soñadas que hacen posible un nuevo horizonte de superación personal y colectiva.

El Papa Francisco, en continuidad con sus predecesores, se ha referido en los últimos tiempos al potencial educativo del deporte. Según el Papa, el deporte es uno de esos “lenguajes universales que superan las diferencias culturales y sociales, y consiguen unir a las personas, haciéndolas partícipes de un mismo juego y protagonistas juntas de victorias y derrotas”. El juego limpio y compartido, es uno de los aspectos más relevantes de la dimensión educativa del deporte, que hace posible el desarrollo de la salud tanto del cuerpo como de la mente. Tokio se convertirá así, a pesar de tantas dificultades, en una apuesta por un mundo más unido.