Arranca una legislatura complicada, seguramente la más compleja en la historia de nuestra democracia. El punto de partida, visto desde el discurso de Pedro Sánchez, es que la sociedad se ha movilizado masivamente para evitar una victoria del PP. Es una falsa lectura, por mucho que se retuerzan los datos. El mensaje que dejaron las urnas fue, más bien, un deseo de moderación. PP y PSOE sumaron juntos registros similares a los anteriores a 2014, después de una década políticamente muy convulsa.

Cayeron los extremos y el independentismo cosechó pésimos resultados.

Con la descomposición del espacio a su izquierda, Sánchez, sin embargo, parece convencido de que le interesa azuzar los rescoldos de la polarización y, de este modo, debilitar a su principal rival. El presidente desprecia los tremendos riesgos que ha asumido al reavivar un “Procés” que estaba moribundo, al debilitar torpemente a las instituciones, comprometer la independencia del poder judicial y, finalmente, incendiar las calles con una ley de amnistía que buena parte de los españoles consideran una infamia.

Esta situación va a exigir auténticos malabares por parte de la oposición, que tendrá que mantener la firmeza que su electorado y la circunstancia histórica le reclaman, pero sin dejarse arrastrar al barro de la crispación que haría irreconocible la propuesta de centralidad que representó la candidatura de Núñez Feijóo, que debe mostrar un camino de salida y de esperanza. Es el “más difícil todavía”, y va a estar plagado de trampas, pero es la respuesta que España hoy necesita.