Hace tiempo que Daniel Ortega se quitó todas las caretas y dejó bien claro que Nicaragua no puede seguir considerándose una democracia. Los más de 300 muertos en las protestas pacíficas de 2018 supusieron un punto de no retorno. Con todo, Ortega ha tratado en los últimos meses de guardar ciertas apariencias, hasta que, al comprobar que a la oposición le bastaba un mínimo de oxígeno para estar en condiciones de doblegarle, ha desencadenado una nueva oleada represora.

Entre los encarcelados en los últimos días hay cuatro aspirantes a competir en las presidenciales de noviembre, entre ellas, la mejor situada, Cristiana Chamorro, hija de la expresidenta Violeta Barrios de Chamorro. Hay quien ve en las detenciones una provocación a la administración Biden, coincidiendo con la visita a Centroamérica de la vicepresidenta, Kamala Harris.

Esta vez, sin embargo, el recurso al antiimperialismo es demasiado zafio incluso para los estándares del sandinismo. El régimen está tratando a la desesperada de boicotear el acercamiento de los dos bloques opositores para concurrir unidos, clara señal de que esa es la vía adecuada para recuperar la democracia. Por ahí debe presionar la comunidad internacional, facilitando ese acercamiento de la oposición y presionando al máximo a Ortega para que reconozca el resultado de las urnas. Teniendo claro, naturalmente, que lo hará a menos que no le quede otra salida