“Ha muerto por su fe y confesando su fe”. Estas palabras del obispo de Cádiz, Rafael Zornoza, en la misma parroquia donde dos días antes había sido asesinado el sacristán Diego Valencia, reflejan el consuelo dentro de la profunda conmoción que se vive estos días en Algeciras. Tiempo habrá para determinar si el atentado es obra de un perturbado o si había algún tipo de organización detrás.

Lo que toca ahora es acompañar a familiares, amigos y a toda una comunidad a la que todavía cuesta asimilar lo ocurrido. La Iglesia tiene muy claro también que su misión es seguir construyendo una convivencia fraterna, sin permitir que sucesos como estos generen división y odio. La Conferencia Episcopal se ha expresado de forma nítida y rotunda, cerrando la puerta a cualquier posible atisbo de instrumentalización religiosa de estos sucesos. También la Comisión Islámica fue muy ágil en su reacción.

No solo en España, a nivel mundial, e impulsada con convicción por los últimos papas, existe hoy un fecundo diálogo entre cristianos y musulmanes que resulta de vital importancia para la cohesión de sociedades crecientemente plurales. Por otro lado, previene la perversa instrumentalización del nombre de Dios para justificar la violencia.

Lo que subrayamos hoy es que Diego Valencia murió confesando al “Dios de la vida, de la compasión y del amor”, como dijo en el funeral monseñor Zornoza. El mismo Dios de la vida y la alegría que seguirá anunciando en Algeciras el salesiano Antonio Rodríguez Lucena, felizmente repuesto para la celebración este martes de la fiesta de Don Bosco.