Visto en perspectiva, el problema de la inflación que afrontan las economías desarrolladas parece un chiste comparado con la crisis alimentaria generada por la confluencia entre la guerra de Ucrania y la crisis climática. El secretario general de la ONU ha lanzado esta semana la voz de alarma: la desnutrición se dispara y afecta ya a unos 200 millones de personas. En el Cuerno de África mueren dos mil cada día, mientras la situación se agrava en el Sahel y en lugares como Oriente Medio, o incluso en países de América Latina. Con el puerto de Odesa bloqueado y el impacto de las sanciones a Rusia, se ha resentido el comercio de cereales, lo que afecta especialmente a los países más pobres.

Decenas de exportadores, asustados, han introducido limitaciones a las ventas al exterior, como ha hecho esta semana el segundo productor mundial, India, afectada por una ola de calor. También China, por las inundaciones, y EE.UU., por la sequía, sufren los estragos del clima. A lo que se añaden movimientos especulativos en los mercados que complican la ya de por sí dramática situación. En vías de superarse la crisis del Covid, esta nueva emergencia sitúa a la comunidad internacional ante la urgencia de fortalecer la gobernanza para responder a este tipo de situaciones que, según los expertos, serán persistentes. Es necesario asegurar las cadenas de suministro, pero también introducir cambios en los estilos de vida. “La casa común”, como denomina el Papa al planeta en la encíclica Laudato si, exige hoy una ciudadanía global.