La victoria de la derecha populista en los Países Bajos dibuja un inquietante escenario en este país y apunta a la consolidación de una tendencia que sacude los sistemas de partidos occidentales. En condiciones normales, con la cuarta parte de los escaños, Geert Wilders nunca sería primer ministro, pero la división entre liberales, conservadores y socialdemócratas complica una mayoría alternativa. Wilders ha logrado con éxito rebajar su tono, evitando generar el rechazo que su radicalidad frontal a la inmigración o al islam generaba en el votante más moderado, un viraje similar al protagonizado en Francia por Marine Le Pen, otra populista de viejo cuño con serias opciones de conquistar el poder.

Se trata de un episodio más en el auge del populismo tras la crisis de 2008. Primero fue el ascenso de partidos de izquierda radical como Syriza o Podemos, hoy en franco declive. En la derecha, sin embargo, el retroceso no llega. Entre las razones, hay que buscar una profunda desafección de ciudadanos desencantados, sacudidos por la inseguridad vital y la pérdida de poder adquisitivo, que desconfían de las instituciones y aún de cualquier otro grupo social que perciban como diferente. Los partidos moderados deberían dar un paso al frente y reconducir esta crisis desde el consenso, no dejarse arrastrar por una polarización que nada bueno trae a la sociedad. La próxima gran prueba, en Holanda.