Coincidiendo con el final de su viaje relámpago de este fin de semana a Asís y Matera, y con la celebración de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, el Papa Francisco nos ha pedido que nos atrevamos a construir un futuro donde aquellos que han tenido que salir de su hogar de manera forzosa y quiénes son víctimas de la trata, puedan vivir en paz y con dignidad.

Migrantes y refugiados han estado siempre en el corazón de la Iglesia. De manera muy particular, durante su pontificado el Papa Francisco nos ha zarandeado una y otra vez con el escándalo que supone que un mar como el Mediterráneo se haya convertido en un cementerio para muchos de nuestros hermanos. A día de hoy, más de cien millones de personas tienen que dejar su casa a la fuerza y el fenómeno complejo de las migraciones sigue apareciendo como un problema a los ojos de la opinión pública y aprovechado por los populismos para tratar de sacar rédito político.

El camino es el que lleva transitando durante tanto tiempo la Iglesia, siempre al lado de los que sufren, con miles de iniciativas concretas como la que, en España, están pergeñando los obispos canarios para poner en marcha un proyecto de corredores de hospitalidad para migrantes. Un camino en el que lo primero que se hace es recordar que las personas tienen derecho a no emigrar, y que, cuando esas personas ya están entre nosotros, las acoge, promueve e integra sin preguntarle a ninguna cuál es el credo que confiesa.