Hoy se celebra un Domund distinto a todos los demás en muchos aspectos. Esta vez no habrá huchas en la calle. La pandemia lo sigue trastocando todo. En este caso de forma dramática. Las necesidades en los países de misión son enormes, pero al tiempo llegan menos donativos desde las Iglesias, como la española, tradicionalmente más comprometidas en el sostenimiento de las misiones. El coronavirus ha hecho que los pobres sean ahora más pobres. En los países del sur, millones de familias obligadas a vivir al día se vieron de la noche a la mañana privadas del acceso a sus fuentes de ingresos. Para los misioneros esta situación de excepcionalidad no supone realmente tanta novedad. A menudo enviados a anunciar el Evangelio y a promover el desarrollo de los pueblos allí donde nadie más está presente, los misioneros son maestros en adaptarse a las distintas situaciones por difíciles que sean.

A veces, sin poder hacer otra cosa que permanecer junto a esas personas, compartiendo sus desgracias. El desafío en este Domund, ha dicho el Papa, es “comprender lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia”, dejándonos interpelar por la enfermedad y el sufrimiento de los demás. Conscientes más que nunca de que estamos todos “en la misma barca, todos frágiles y desorientados”. Y sabiendo que el misionero no es un individuo aislado, sino el enviado de una Iglesia local que permanentemente le sostiene con la oración y con el bolsillo.