Hace años que Rusia y China trabajan en la edificación de un nuevo orden mundial que, en buena medida, se recoge en el "plan de paz" para Ucrania, detallado por el propio Xi Jinping a su amigo Putin durante su reciente visita a Moscú. El objetivo es romper la hegemonía política y militar de los Estados Unidos para convertir a Moscú y Pekín en el eje de esa nueva configuración del mundo. Aunque es sabida la ambigüedad inicial de China a propósito de la invasión de Ucrania, es evidente que nunca se han debilitado las relaciones de ambos países. El propio mandatario chino, recién elegido por tercera vez, se ha ocupado de demostrarlo con esta visita a Putin, destinada a dar más aire al plan chino para Ucrania.

La idea de Xi Jinping consiste, junto al cese de hostilidades, en respetar la soberanía de todos los países, lo cual implicaría, a ojos de Moscú, un reconocimiento de su reclamación de las provincias orientales ucranianas de Donbás, y no el respeto de las fronteras ucranianas de antes de la invasión. La ambigua propuesta china supone también una negociación imposible entre Ucrania y Rusia en la que Pekín se reservaría un papel de árbitro, llevado por el entusiasmo de su reciente éxito de mediación entre Irán y Arabia Saudita que deja descolocada a la Casa Blanca. Pero lo que más une a Moscú y Pekín es el rechazo de la ampliación en marcha de la OTAN. Resulta llamativo que, en este contexto, Xi Jinping haya invitado al presidente español Pedro Sánchez a visitar Pekín, seguramente con la pretensión de que, desde la presidencia de la Comisión Europea, impulse en Bruselas una acogida positiva de su dudoso plan de paz.