Después del fracaso de la ley de reforma de la Universidad que llevó a la dimisión al ministro Castells, el nuevo titular de esta cartera, Joan Subirats, acaba de presentar su proyecto legislativo. Una propuesta que, según los rectores españoles, convertirá a la Universidad en un campo de batalla. Con su anteproyecto de Ley orgánica del Sistema Universitario, el nuevo ministro ha dedicido buscar antes el beneplácito de algunas asociaciones de alumnos y de los cuerpos de profesores y de personal administrativo, que afrontar los profundos problemas de la Universidad. Los recurrentes vicios de la politización, la endogamia, la falta de excelencia, que no se puede desligar de la exigencia académica, y la ausencia de una internacionalización efectiva, siguen siendo retos que el nuevo proyecto de ley no afronta.

A estas carencias se suman algunas de las novedades que el ministro Subirtas considera distintivas de su propuesta. El hecho de que no se tenga que ser catedrático para llegar a Rector, la participación vinculante de los alumnos en la decisión de lo que se les enseña y en cómo se les evalúa, o la creación de vías paralelas en las comunidades autónomas para la acreditación de profesores, convierten a este proyecto en un paso atrás para el sistema universitario. Nuestra universidad se aleja cada vez más del mundo profesional y no parece interesada en competir con los centros académicos superiores de otros países que están marcando la exigencia de formación y habilitación profesional de las nuevas generaciones en un mundo globalizado.