La corrupción es el enemigo declarado de la democracia peruana. Alan García, Toledo, Humala, Fujimori y Kucinski, todos ellos expresidentes de Perú, han dejado tras de sí un rastro que ha contaminado a las instituciones y ha sembrado profunda desconfianza en la sociedad. Su sucesor, Vizcarra, también ha caído víctima de la misma tela de araña, y tras ser depuesto por el Congreso, la protesta en la calle acaba de derribar a Merino, el último en la lista. Ahora le corresponde a Francisco Sagasti ser Presidente interino de Perú hasta el próximo día 28 de julio, y demostrar que en el seno de la clase política peruana existen personas honestas, equipos humanos y proyectos políticos que, pese a las circunstancias, permanecen en pie.

El nombramiento de Sagasti, un ingeniero que procede del sector privado, ha sido ratificado por el Congreso. Se trata de llenar el vacío político y permitir que las instituciones puedan mantenerse en pie. A partir de ahora la tarea política del nuevo Presidente va a ser muy dura. Recuperar la confianza en las instituciones se suma a su deber de trabajar por la reconciliación nacional y la sanación de las heridas abiertas en los pasados días.

Las protestas contra el Presidente Merino después de que Vizcarra fuera cesado por el Congreso se han saldado con la muerte de dos personas y cientos de heridos. El nuevo Presidente tendrá que buscar amplios acuerdos para salir del túnel en que se encuentra el Perú: depurar responsabilidades y trabajar con mano firme e inteligencia práctica para evitar que antes de las presidenciales del 28 de julio estalle una nueva crisis.