28 países han firmado esta semana una declaración en la que se comprometen a un desarrollo seguro de la inteligencia artificial (IA), tomando nota de los riesgos que esta tecnología plantea, desde la desaparición de puestos de trabajo, a la desestabilización de sociedades por técnicas de manipulación. La cumbre celebrada en el Reino Unido supone un hito por acercar posturas entre EE.UU., China, la UE e India, además de grandes tecnológicas chinas y norteamericanas. La declaración es de algún modo la respuesta de los principales estados y empresas a la carta en la que más de mil expertos calificaban en primavera la IA de “amenaza para la humanidad” y pedían una moratoria.

Como gran logro, se fija en el horizonte un marco de regulación internacional que, tarde o temprano, resultará imprescindible para que cualquier medida tenga impacto. Pero hablamos solo de eso, de un horizonte. De momento, mientras la UE avanza en una legislación garantista, EE.UU. y Reino Unido plantean una aproximación más laxa y a China solo le preocupa el control político. Ni siquiera se ha podido firmar un acuerdo de mínimos sobre armas autónomas, aquellas que eligen sus objetivos sin intervención humana, y que de hecho se están utilizando ya en Ucrania. No existe, ni de lejos, un marco global para un desarrollo seguro de la IA, pero al menos la cumbre ha servido para que se reconozca su necesidad.