Lejos de amilanarse por las protestas de los chalecos amarillos, Emmanuel Macron sigue adelante con la que puede calificarse como la más ambiciosa de sus reformas: la de las pensiones. Las protestas extendidas ayer por toda Francia muestran la dificultad de un proyecto en el que fracasaron Chirac y Sarkozy, e incluso François Hollande, si se incluye su menos ambiciosa propuesta que tampoco vio la luz. Esta vez, sin embargo, hay mayores esperanzas de éxito. Macron llegó a la presidencia con un inequívoco mandato reformista. En su primera tanda de medidas, referidas al mercado laboral y a la Administración, mostró capacidad de diálogo, desmontando el lenguaje apocalíptico de los sindicatos. Y aunque todavía no haya sido capaz de conectar emocionalmente con amplias capas de la clase media preocupadas por su futuro, sí ha conseguido que una amplia mayoría social considere justo fusionar los actuales 42 sistemas de pensiones, algunos con incomprensibles privilegios para ciertos colectivos. La alternativa sería elevar para todos la edad de jubilación. O subir los impuestos, pero Francia ya gasta en pensiones casi el doble de la media de la OCDE. Esto es lo que, poco a poco, los franceses han ido interiorizando. El gran reto para Macron es desmontar su imagen elitista y sumar a esas mayorías recelosas que, pese a todo, han entendido que algunas reformas son indemorables.