La masacre en una escuela infantil de la localidad de Uvalde, en el estado de Texas, ha producido una profunda conmoción en los Estados Unidos, una sociedad presa de sus contradicciones. El asesinato de 19 niños y dos adultos a manos de un joven de 18 años, supone un eslabón más de una tragedia cíclica que tiene como escenario los centros escolares, el lugar al que los padres llevan a sus hijos para que sean educados, con la expectativa de recogerlos al final de la jornada. Sorprende que Estados Unidos sea el país del mundo en el que obsesivamente se producen este tipo de atentados. Solo en este año ya se habían producido 27.

La frecuencia de estas masacres tiene múltiples causas, tanto personales como sociales. El aumento de enfermedades psicológicas, relacionadas con el incremento de las adicciones, se ha convertido en un grave problema para una nación que se propone como modelo de calidad de vida y de seguridad. El derecho a la tenencia de armas, prácticamente sin límite ni control, sigue dividiendo profundamente a una sociedad, y a una política a veces sometida al lobby de la industria de las armas. La libertad requiere una educación moral capaz de regir las decisiones personales para no volverse destructiva. El cumplimiento de la ley no parece suficiente en un país orgulloso de la eficacia de su sistema legal y de sus medidas punitivas. El recurrente debate sobre la libre posesión de armas está produciendo una frustración que paraliza a una sociedad que asiste conmovida a una violencia convertida en una patología social sin fácil respuesta.