Acusado de incitación a la insurrección por el asalto al Capitolio del pasado día 6, Donald Trump, será finalmente sometido el procedimiento de “impeachment”, o impugnación, por segunda vez en su mandato, un caso único en la historia de Estados Unidos. Así lo ha decidido la Cámara de Representantes gracias al apoyo de diez congresistas republicanos, que revela el creciente malestar que se extiende en el partido Republicano ante la última deriva de su Presidente, empeñado en no reconocer su derrota.

Aun así, sorprende la cantidad de republicanos que mantienen su fidelidad a Trump. Habrá que esperar al resultado de la votación en el Senado, que aún puede tardar varias semanas, para comprobar hasta donde llega el desafecto de los suyos.

Precisamente uno de los escenarios más interesantes que se abren en la política de Estados Unidos es el debate sobre el liderazgo y la orientación del Partido Republicano, obligado a encontrar un candidato a la presidencia que recupere un estilo de lealtad institucional y rigor en la gestión, y sepa conectar con el malestar de las clases trabajadoras que han dejado de fiarse de los demócratas.

Republicanos y demócratas deberían tomar buena nota de lo sucedido y comenzar sin demora a curar las heridas abiertas por un debate público enconado, en el que se ha hecho costumbre la demonización del adversario y se han debilitado los fundamentos comunes de la unidad nacional. No son pocos los recursos de los que aún dispone, pero no conviene bordear el precipicio.