El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha tenido la curiosa ocurrencia de proponer en su habitual charleta matinal, una "pausa" en las relaciones con España, sin explicar en qué consistiría ni cuál es su propósito real. Lo que sí se sabe es que el mandatario mexicano viene desplegando desde hace tiempo una ofensiva contra las empresas españolas allí instaladas, especialmente las energéticas, a las que ha acusado lisa y llanamente de "robar" y "saquear" a su país, con la complicidad de los gobiernos que le antecedieron. Como líder del Partido de la Revolución Democrática, López Obrador es la representación más acabada del populismo iberoamericano, más preocupado por reforzar su poder personal que por mejorar la situación social de los mexicanos.

Para eso ha convertido en una especie de latiguillo la defensa del indigenismo como pretexto para atacar a España. Ya el pasado año exigió al rey Felipe VI que pidiera perdón por la conquista de México hace quinientos años, ante el silencio del Gobierno de Pedro Sánchez. La realidad de hoy, en un mundo globalizado, muestra que las empresas españolas llevan invertidos en México más de setenta mil millones de dólares, que dan trabajo a cientos de miles de mexicanos, un dato que al presidente parece molestarle más que la pobreza que no ha sabido combatir y que la espiral de violencia que sacude al país. Lo inquietante es que la "pausa" que ha propuesto en las relaciones con España, sea un pretexto para expropiar a las empresas españolas, cuya seguridad jurídica queda seriamente dañada.