Los acuerdos alcanzados ayer, antes de que se iniciara la "cumbre" de la OTAN, han marcado ya el alcance histórico de lo que puede entenderse como una refundación de la Alianza Atlántica, exigida por la invasión de Ucrania. Afirmaba anoche el Rey de España, Felipe VI, en la cena ofrecida a las delegaciones, que ningún país es ajeno a esta guerra, y pedía que la organización que defiende los valores democráticos se extienda a otros países con los que compartimos los mismos objetivos. En ese momento, Turquía ya había levantado su veto inicial a la incorporación de Suecia y Finlandia, al tiempo que Estados Unidos y España acordaban el reforzamiento del escudo de misiles en la base de Rota con la incorporación de dos nuevos destructores.

Lo cierto es que la Alianza Atlántica es la única garantía de seguridad para las democracias occidentales. Y ha sido Rusia, paradójicamente, la que ha venido a reforzarla con su invasión de Ucrania. No hay que engañarse sobre la ambición que mueve a Vladimir Putin. Estos días, el vicepresidente del parlamento de la Federación rusa, Piotr Tolstoi, descendiente del autor de "Guerra y Paz", afirmaba cínicamente en una revista francesa que el objetivo de Putin es conquistar la totalidad de Ucrania, en el marco de una "guerra de civilización". Occidente tiene hoy muchas debilidades internas pero su identidad más profunda es la defensa de la libertad y de la dignidad de la persona. Eso es lo que, sin prepotencia ni altanería, debe ofrecer al mundo en esta hora.