La democracia española se encuentra en una situación inédita. La decisión del Presidente del Gobierno de publicar una carta emocional en la que anuncia que se toma unos días para reflexionar si presenta o no su dimisión, motivada por el proceso judical a su mujer Begoña Gómez, representa un giro inesperado que levanta más sospechas que certezas. A estas alturas, por muchas especulaciones legítimas que se hagan, lo que sabemos es que Pedro Sánchez quiere provocar una especie de plebiscito sobre su persona. Un plebiscito basado en la polarización extrema a la que pretende llevar a la sociedad, generando tensión e incertidumbre al servicio de sus intereses personales. Que Sánchez pueda estar personalmente desorientado no implica que deba desorientar a la sociedad española.

No hay más que analizar sus argumentos para reconocer una forma de hacer política basada en el vértigo, en las decisiones límite, en la teatralización. Afirmar, como hace en su carta, que el período de su presidencia ha supuesto una regeneración democrática, un avance social y un avance económico, implica una manipulación grosera de la realidad. Aludir a una trama urdida por los jueces, los medios de comunicación y la calificada como “ultraderecha”, contra su persona, supone no entender que la democracia está basada en el pluralismo, en la separación de poderes y en los contrapesos institucionales. En vez de ofrecer explicaciones sobre los negocios de su mujer y sus implicaciones en el ejercicio de la presidencia, Sánchez se hace la víctima porque un juez decide investigar esos negocios. La irresponsabilidad de todo este movimiento tiene que pasarle factur