El mero hecho de que Estados Unidos e Irán se hayan puesto tácitamente de acuerdo en detener la escalada de tensión, es una buena noticia, aunque nadie puede prever cuándo y dónde saltará la próxima chispa. De momento, la muerte del general iraní Gasem Suleimani y la limitada acción de represalia ordenada por el régimen de los ayatolás, con el bombardeo de unas bases americanas en Irak, se ven como una especie de “empate técnico”, pero todavía están por ver las secuelas del conflicto.

Para empezar, Europa teme que la lucha contra el terrorismo islámico baje de intensidad, ya que el presidente Trump da por concluida su participación en la alianza internacional que había logrado la derrota militar del llamado Estado Islámico. Otra incógnita es la permanencia de las tropas americanas en Irak, cuyo Parlamento ha acordado pedir su retirada.

También preocupa la estrategia de Rusia, que aspira a ganar posiciones en la convulsa zona, y la decisión iraní de dar por terminado su acuerdo sobre la producción de uranio enriquecido. Si de momento se ha conseguido quitar la espoleta a una escalada inmediata en el enfrentamiento entre Irán y Estados Unidos, hay otras muchas bombas de relojería preparadas para estallar en cualquier momento, lo cual se refleja en la subida del precio del petróleo y en la inestabilidad de la economía mundial.