En la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, el Papa Francisco ha reflexionado sobre las ideas de unidad y profecía. Unidad en torno a dos figuras muy diferentes: Pedro, un pescador que pasaba sus días entre remos y redes, y Pablo, un fariseo culto que enseñaba en las sinagogas. Cuando emprendieron la misión, Pedro se dirigió a los judíos y Pablo a los paganos. Sin embargo sus caminos se cruzaron, discutieron animadamente y siempre se sintieron hermanos, con una familiaridad que los unía y que provenía del Señor, que es el que nos une a todos en las diferencias. Por otra parte hoy necesitamos la profecía, una profecía verdadera y no discursos vacíos que prometen lo imposible, sino testimonios que muestran por sí mismos que vivir el Evangelio es posible.

Estamos llamados a ser constructores de unidad y profetas del cielo en la tierra. Es un regalo concebir la vida así. Francisco ha recordado que los cristianos no somos ni de Pedro ni de Pablo, somos del Señor, y en esa unidad, que se cimienta en la oración y que respeta las legítimas diferencias, estamos llamados a entregar la vida, comprendiendo los dramas de nuestro tiempo para estar cerca de aquellos a los que la sociedad arrincona, especialmente tantos ancianos que han sido alejados de sus familias, como si fueran materiales de descarte. Así podremos crecer donándonos a los demás, como hicieron Pedro y Pablo, cada uno según su temperamento. Por eso siguen siendo signo de esperanza visible para tantos que compartimos hoy la misma misión apostólica.