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La confesión de Michael Jackson al concejal de Cultura de Zaragoza: “Soy inmortal"

Juan Antonio Bolea fue el guía del 'Rey del Pop' en su paso por Zaragoza

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José Melero Campos
@ImparablesCopeRedactor de COPE

José Melero Campos

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 08:25

Michael Jackson se sentía inmortal. Aunque sea paradójico, lo sigue siendo diez años después de su desaparición física. Hizo feliz a muchos. Incluso a los que no le apasionaban su música, pero valoraban su puesta en escena. En los ochenta no había quien le tosiera. Un poco menos en los noventa, cuando los escándalos comenzaban a erosionar sus éxitos. En su última década de vida, se confirmó su caída libre. Las adicciones y sus hábitos, de dudosa moralidad, estaba en boca de todos.

Probablemente él mismo ya no se veía tan inmortal en los últimos años. Habría que preguntárselo a Juan Antonio Bolea, ex concejal de Cultura de Zaragoza en 1996, cuando Michael Jackson aterrizó en la capital maña. Bolea, en declaraciones a COPE.es, reconoce que vio cumplido su sueño: “Buscábamos algún tipo de evento importante que sirviera como reclamo a Zaragoza y al programa de conciertos que teníamos en marcha. Surgió la posibilidad de contratar a Michael, que había comenzado su gira del momento. Tenía una fecha libre en septiembre del 96, y cerramos un contrato muy costoso pero rentable porque se vendieron más de 40 mil entradas que sirvió para llenar La Romareda.”

El contrato se cerró por un millón de dólares. Pese a todo, el Ayuntamiento recuperó la inversión, ya que captó la totalidad de las entradas, lo que supuso un superávit para sus arcas de 20 millones de pesetas de la época. Todo eran ventajas contar con el artista más reconocido del momento.

El protagonista de ‘Thriller’, ‘Billie Jean’ o ‘Black or White’, aterrizó en Zaragoza en un avión ruso con 300 personas a bordo. Se acreditaron para aquel concierto cientos de medios de comunicación. El Rey del Pop estuvo tres días entre los zaragozanos. El ex concejal no olvida su carácter extraño pero divertido: “Era muy particular. Llevaba consigo siempre a sus propios cocineros. Consumía especialmente cocina tailandesa. Recuerdo que tuvimos que adaptarle en la suite una pequeña pista de baile para que ensayara. Era un poco travieso. De repente pedía a media noche alguna cosa. Pero le recuerdo como un tipo muy divertido y con mucho sentido del humor.”

Bolea fue quien ejerció de guía de Michael Jackson aquellos días. Visitaron algunos puntos de la ciudad: “Fuimos a un hospital infantil para que visitara a los enfermos, y lo más curioso es que asistimos a un centro comercial donde se compró sus propios discos y el de James Brown, a quien consideraba su padrino. ¡Nos quedamos impresionados! Imagínate la cara que se le quedó al dependiente cuando le vio”, recuerda el concejal entre risas.

Lo que más llamó la atención de Juan Antonio Bolea, fue las charlas que mantenía con el artista: “Él no hablaba español, pero yo sí el inglés Le abordaba con temas que le interesaban, como la Historia de Roma o Egipto, el paso del tiempo o la muerte. De esto último es de lo que más hablamos. Me comentaba que no pensaba morirse. Yo le respondía que él ya era inmortal, porque después de varios siglos seguiría siendo recordado, como Julio César.”

Aquellas conversaciones, asegura Bolea, reflejaban lo excepcional del personaje, extraño a la par que original: “Yo veía en él un hombre castigado pero a la vez esperanzado. Estas grandes celebridades esconden también importantes flaquezas. Al final, da pena que muchos le recuerden como un alcohólico o un drogadicto, en lugar de por su obra. Hay que desligar su legado musical y coreográfico con lo que hacía en su rancho por la noche. Tenemos que ser generosos. Abrió muchos caminos a la música e hizo feliz a mucha gente.”

Como sucede cuando ostentas cargos de responsabilidad, Juan Antonio Bolea fue el único maño que no disfrutó del concierto: “Lo viví con mucha tensión. Eran 40 mil personas en un recinto. Estuve con Michael detrás del escenario, y el público estaba extasiado. La producción que trajo era impresionante, con grúas sobrevolando el escenario, un cohete que salía de una especie de trampilla… Cuando terminó él estaba muy feliz y lo celebramos en el hotel.” De hecho, más de veinte años después de aquello, Bolea confiesa que muchos zaragozanos le recuerdan cuando le ven por la calle lo majestuoso de aquellos días.

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