El croissant, perfecto para acompañar con mermeladas, chocolates y cremas, es también el compañero ideal de embutidos, quesos y ahumados; excelente para desayunar y de lo más tentador para merendar, por eso no es de extrañar que esta singular pieza de bollería tenga su propio día en el calendario: el 30 de enero. ¿Pero cuál es la razón del triunfo de un dulce tan sencillo? 

No es nada sencillo conseguir una masa hojaldrada

El croissant parece una pieza de bollería sin muchas pretensiones, nada de rellenos, ni ingredientes exóticos, sin formas complejas ni acabados rebuscados, pero puede que sea precisamente en esa aparente sencillez donde resida la clave de su éxito: “Por un lado es un bollo muy simple pero a la vez muy complicado. Parece una receta muy fácil de hacer, pero en realidad no es nada sencillo conseguir una masa hojaldrada con el punto justo de crujiente en todas las capas”, explica el panadero artesano Moncho López, de Levadura Madre Organic Bakery.

El croissant se hace con bastante mantequilla, pero es precisamente gracias a esas capas por lo que "no se hace pesado ni de comer ni de digerir, es liviano y por eso es apto para consumir a cualquier edad y casi en cualquier momento”. Tampoco es empalagoso y mezcla bien tanto con el café como con los zumos de frutas: “Tiene el equilibrio perfecto entre lo dulce y lo salado” - nos cuenta. Lo podemos consumir con dulces como mermeladas o chocolates o con salado como fiambres o quesos. Además está la experiencia sensorial que supone notar “el crunchy crunchy de cada una de sus capas".

Gracias a todo esto es la pieza de bollería más demandada sin duda.  “Sin ella los brunchs, los desayunos e incluso las meriendas, no serían lo mismo. Al combinar casi con todo, se puede tomar a cualquier hora del día. Como suelo decir… de tan sencillo, ni lo toques”.