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Un (Alfonso) Espejo en el que mirarnos

En 1999 nadie creía en quitarle al Cartagonova el ascenso; ahora no somos capaces de señalar cuál de los cinco equipos que están por delante va a acabar por debajo

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Toni Cruz González
@tonicruzgon

Redacción COPE Córdoba

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 14:18

Cuenta Mark Nelissen -en realidad lo asumen todos los antropólogos- que el dolor es una adaptación biológica. Que viviríamos menos años si no sintiéramos dolor.

A todos los que, desde los medios o desde la grada, nos preocupa el Córdoba nos está doliendo todo lo que le está pasando en este tramo de la temporada. Y, como en los peores momentos uno se refugia en el recuerdo, es mejor que este sábado venga a El Arcángel el Racing de Ferrol.

En la magra colección de alegrías del cordobesismo tal vez la que más brille sea la del 99. El cartagenazo. El gol de Óscar y el de Ramos… y los de Alfonso Espejo para que la vida que ese milagro nos dio pariera.

Espejo es un Óscar al mejor actor de reparto. Un delantero fiable y eficaz que heredó su gusto por cabecear de su padre, quien lució con orgullo mismo nombre y apellido en los años sesenta en el Ceuta de Segunda. Espejo nunca había marcado tantos goles como en esa 98-99 y no volvería a meter tantos hasta la 2004-05. Apenas disfrutó en su carrera de 31 partidos en Segunda, pero disfrutar, disfrutar, lo que se dice disfrutar… disfrutó en esa liguilla de ascenso.

La “loncha mecánica”, así se le conocía, mantenía una pugna con Loreto por ser el atacante más eficaz del equipo de Escalante. Llegó el 6 de junio y el Córdoba ya estaba necesitado porque había perdido precisamente en León con un gol de otro calvo prematuro como Meca. Y cuando más atascado estaba el partido ante el Racing de Ferrol, una falta lanzada por Ramos fue cabeceada por Espejo. La celebración fue una mezcla entre lo del Tardelli del 82 y el Michel del 90. Entre la incredulidad y el “me lo merezco”. Una valla de “Seguros Bilbao” pagó la furia de Espejo (menos mal que la pateó y no la cabeceó).

Pero a El Arcángel le quedaba mucha épica para esos días de junio. El Racing de Ferrol le dio un baño seis días después y les metió una manita en A Malata y apenas un puñado de ciegos creían en la gesta –más o menos los mismos que ahora pueden creer en los de Germán Crespo-.

Por eso aquellos momentos de 1999 se parecen tanto a lo de este sábado. Entonces eran seis partidos a cara de perro para subir a Segunda; ahora quedan diez que pueden ser como encuentros de play-off.

Entonces nadie creía –seamos serios– en quitarle al Cartagonova el ascenso; ahora no somos capaces de señalar cuál de los cinco equipos que están por delante va a acabar por debajo que nosotros.

Recuerdo mejor, así somos, dónde vi el 5-0 de Ferrol que dónde disfruté con el 1-0 de Espejo a la Cultural. Sé que estaba en Madrid. No recuerdo más y me da mucha rabia. Alfonso Espejo es uno de los héroes que merecerían tener una puerta en el estadio si algún día encarta.

Probablemente la calva de Espejo sea un bonito lugar donde mirarnos veinticuatro años después. Más viejos, pero no necesariamente más feos. Más castigados por la realidad, pero no necesariamente menos soñadores. Más incrédulos, pero no por ello menos ilusionados. Aunque cueste. Aunque nos cueste muchísimo.

Espejo trabaja de noche y vive de día. Y sufre cada vez que ve a su equipo en El Arcángel. Fue un Espejo Mágico en el que adentrarse para escapar del dolor que nos invade. Y para, por supuesto, confiar en un futuro imposible. En un futuro, como todo futuro imposible, mejor.


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