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El crimen de los comendadores de Córdoba que inspiró a Lope de Vega

Conocemos con el escritor José Manuel Morales Gajete una historia de venganza y muerte en la Córdoba medieval

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Toni Cruz González
@tonicruzgon

Redacción COPE Córdoba

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 00:31

Esta semana el escritor José Manuel Morales Gajete, fundador de Rutas Misteriosas, trae a su sección “La Córdoba Negra” una historia de caballeros medievales cargada de violencia y centrada en la figura de un comendador.

En los tiempos en los que los reyes tenían el poder absoluto, los comendadores eran quienes estaban al mando de una encomienda de una orden militar. En el caso que nos referimos, de la orden de Calatrava. Los comendadores eran una de las figuras más relevantes de los incipientes burgos.

Cuentan las crónicas de la Córdoba medieval que Don Fernando Alfonso de Córdoba vivía en un gran palacio situado en la actual plaza de los Condes de Priego, la que hay frente a Santa Marina. Y que, además de poseer una inmensa fortuna, estaba casado con una mujer bellísima llamada doña Beatriz de Hinestrosa. Por si fuera poco, tenía una gran amistad con el monarca castellano Juan II, padre de Isabel la Católica, quien le había regalado un valioso anillo que éste a su vez regalaría a su esposa.

Pero toda esta felicidad se vería truncada por la visita de dos primos de don Fernando Alfonso, dos jóvenes y apuestos comendadores de otra ciudad que llegaron a Córdoba para instalarse durante una temporada en el palacio del dichoso matrimonio.

Un buen día Fernando Alfonso tuvo que partir en viaje oficial hasta la corte del rey Juan II en Castilla, lo que le obligó a alejarse durante unas semanas de su querida esposa. Durante ese tiempo, él y doña Beatriz se carteaban constantemente, lo que hizo más soportable la distancia que les separaba. Pero en cierta ocasión, el rey llamó a don Fernando Alfonso a personarse ante él con urgencia. Una vez en su presencia, su majestad le expuso que uno de sus vasallos había estado en Córdoba, y que había visto el anillo que el monarca le regaló colocado en la mano derecha de uno de los jóvenes comendadores que se acababan de instalar en su casa.

El caballero cordobés se puso pálido, y entonces entendió que pese a las cartas que se intercambiaban, su esposa le estaba engañando con su primo. En ese instante, invadido por el bochorno y por un irrefrenable deseo de venganza, le pidió permiso al rey para regresar a su ciudad y recuperar así las dos cosas que había perdido: el anillo, y su dignidad.

Así, tras un fulgurante viaje a lomos de su caballo, don Fernando Alfonso llegó exhausto a su palacio y allí Doña Beatriz salió enseguida a recibirlo. Su mujer se mostró más encantadora que nunca, hasta el punto de que el caballero llegó a dudar de que todo fuera un simple malentendido. Sin embargo, necesitaba confirmarlo, y por eso ideó un plan que le permitiría salir de dudas.


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A la mañana siguiente simuló que se marchaba de cacería, algo que los comendadores, su mujer y una prima suya aprovecharían de inmediato para organizar una pequeña fiesta en su ausencia. Pero mientras los cuatro comían y bailaban alegremente al son del laúd, don Fernando Alonso se agazapaba entre los arbustos del jardín y espiaba a través de la ventana todo lo que ocurría en su casa. Una vez finalizado el baile, uno de los primos se marchó con la prima de la mujer a una de las habitaciones, mientras que doña Beatriz se dirigió con el otro primo al lecho conyugal.

Fernando Alfonso entró en el cuarto donde se hallaban su esposa y el primer comendador, y con una daga apuñaló a su mujer, y luego con su espada atravesó el pecho a su primo. Acto seguido se dirigió a la segunda habitación, donde concedió una muerte rápida tanto a su otro primo como a la pariente de su mujer. Y según parece, el ofendido caballero continuó recorriendo todo el palacio cual ángel de la muerte, blandiendo su espada contra cualquier criado que pudiera haber tenido conocimiento de su deshonra y no hubiera hecho nada para evitarla. Una auténtica masacre tras la cual Fernando Alfonso tuvo que escapar de la ciudad a los lomos de su caballo.

El rey don Juan II tuvo conocimiento de lo sucedido, pero tratándose de un amigo suyo personal, le concedió un indulto real por el cual todos sus crímenes fueron perdonados. Eso sí, también le pidió que nunca más volviera a aparecer por la corte real para pedirle nada.

Sobre este hecho histórico existen decenas de versiones, hasta el punto de que muchos aseguran que la leyenda de la Torre de la Malmuerta sería una variante de este triste episodio. Varios autores escribieron poesías y compusieron canciones para que el pueblo se encargara de transmitir el relato de padres a hijos. Sin embargo, si alguien consiguió que esta historia pasara a la posteridad no fue otro que el dramaturgo Lope de Vega, que recogió el terrible crimen en su obra titulada “Los comendadores de Córdoba o el honor desagraviado”.

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