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'Crónicas perplejas': "Vivimos tiempos ligeros, tiempos egoístas, tiempos del yo"

Tiempo de lectura:2Actualizado12:13

En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con su particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’:

"Salvo en los piano-bar de los hoteles, donde la soledad es un signo de elegancia, beber exige compañía. Un brindis no es un brindis sin el chinchín tembloroso de otra copa. Una confidencia etílica necesita a alguien que la escuche. Hasta el noble arte de la seducción discotequera funciona mejor en pandilla. El hombre que bebe solo está condenado a la melancolía. Por eso, soy un liante. Y cuando me apetece salir, intento captar a todos los amigos posibles.

No negaré que a veces me guste hacerme de rogar, cuando son los amigos los que intentan enrrearme a mí. Aplazo las quedadas, me siento esquivo e interesante, dejo claro que tengo una vida ajetreada, que dedico mucho tiempo al trabajo y a la paternidad… y a veces rechazo planes y paso temporadas ausente. Eso nos gusta a todos. Es pura coquetería. Pero cuando son mías las ganas de dar un garbeo. Qué palabra más añeja, por cierto, pero qué descriptiva. Un garbeo por ahí, por el centro, para ver luces y para ver gente, como cantaba Morrissey, empiezo a mandar WhatsApp con una insistencia impropia de mí y hasta que no hay fijado un bar y una hora, no descanso. Soy un brasas. Como quiera salir, como me haya picado el mosquito de la marchita, no tengo límites. Chantajes emocionales a los amigos. Incluso decir que tengo que contar algo serio. En fin. Lo que sea por sentarme en un taburete y apoyar el codo en la barra.

Y luego ya allí, soy el que más bebo, el que menos templa, el que más pimpla, el primero que llega y el último que se va. Y no me avergüenzo. Porque mi vida es puro entusiasmo. Y ojalá algún día en mi epitafio escriban: «Murió como vivió: Pidiendo con la mano otra ronda al camarero». Porque ese gesto no tiene nada que ver con el alcohol, ni con el exceso. Pedir otra ronda es como decir: Quiero quedarme aquí, todo el tiempo que sea posible, a vuestro lado. Pedir otra ronda es eternizar lo cotidiano. Una celebración de lo que somos, con nuestras aristas y nuestras bajonas. Fotografías de un instante.

Vivimos tiempos ligeros. Vivimos tiempos egoístas. Vivimos tiempos del yo. Y los bares no dejan de ser un nosotros pausado, divertido, generoso. Un reencuentro con lo que fuimos también. El recuerdo de aquellas noches. Porque, al fin y al cabo, somos la suma de nuestras responsabilidades, pero también de nuestros excesos".



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