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‘Crónicas perplejas’: “La Navidad se ha salido de madre, echo de menos aquella infancia de barrio"

Habla Antonio Agredano de la Navidad, de su auténtico sentido y de las tradiciones familiares

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Redactor de COPE

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 11:20

En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.

En una bolsa de Galerías Preciados guardaban mis padres los adornos navideños. La bajaban del altillo a mediados de diciembre e íbamos desenredando las luces, los espumillones y mirando nuestro reflejo en las bolas del árbol. Yo colocaba el portal de Belén con mimo, en una esquinita del mueble-bar. No era un portal elegante, sólo un puñado de figuritas de plástico, pero significaba mucho para nosotros. Esa ceremonia, la de preparar la casa para las fiestas, se mantiene aún, pero ahora son los nietos los que se sientan alrededor del árbol y colocan, con ayuda de sus abuelos, la estrella en la copa del abeto.

Luego llegó Papa Noel y lo estropeó todo. Me incomoda ese señor tan jovial. Su trineo y sus renos. A mí nunca me ha regalado nada, así que entiendo que el coraje es mutuo. Los vecinos ponen papanoeles luminosos colgando de sus balcones. Los alcaldes compiten por las luces en sus ciudades. La Navidad se ha salido de madre. Al menos, yo recuerdo una fiesta doméstica, con cierta intimidad, de mesa camilla, copa de anís y polvorones en bandejas plateadas. Hubo un tiempo en los que no existían los mantecados de limón. Hubo un tiempo en el que aún no habían grabado 'Love Actually'. Un tiempo de recogimiento. La nostalgia es una cosa terrible, lo reconozco.

Turrón del duro o del blando. Esa era la gran dicotomía. Los adultos brindaban con cava y los pequeños con champín. Las uvas tenían pepitas. Martes y Trece en la televisión. Los anuncios de juguetes anunciaban, en pequeñito, que su precio superaba las cinco mil pesetas. Pero luego llegaron las sillas vacías. El recuerdo de los que ya no están. Las prisas. Los centros comerciales. Los tickets de regalo. Y la ilusión se fue transformando en urgencia, compromiso y portales de Belén más caros, más grandes, más frágiles.

Echo de menos aquellas figuritas pequeñas y mordisqueadas desperdigadas en la bolsa de Galerías Preciados. Aquel San José con el bastón doblado y el pastorcillo con los ojos pintados con torpeza. Echo de menos aquella infancia de barrio, su Cabalgata de Reyes y el frío en las manos. Me hago mayor. La Navidad envejece conmigo. Me queda el consuelo de mis hijos, colocando con prisa las bolas en el árbol, recordándome que la vida es sólo una suerte de reencuentros.


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