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'Crónicas perplejas': “Quien se niega a ser aprendiz olvida que la felicidad es una escalera empinada"

Habla Antonio Agredano de becarios, jefes y de que para poder subir profesionalmente hay que empezar desde abajo

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Redactor de COPE

Madrid

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 11:12

En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

Equivocarse es un aprendizaje. Yo soy un alumno ejemplar, porque liarla es uno de mis talentos y llevo equivocándome toda la vida. Tuve una beca. Lo primero que aprendí fue a cambiar el tóner de la fotocopiadora. Luego a distinguir unas cápsulas de café de otras. Por último, aprendí a corregir a mis jefes en privado, y con tacto.

El ego de un jefe no es comparable a nada. El ego de un jefe es inexpugnable como un central ochentero del Burgos. A uno le dije que no se dice «Infórmenes» sino «Informes». Y me tuvo una semana metiendo invitaciones en sobres.

A los becarios les pasa como a los canteranos de fútbol. Sólo tienes que verlos un rato jugar para saber si van a hacer carrera o se van a dedicar a otra cosa. Los becarios la lían, pero sus jefes también.

Y aunque nadie escarmienta en cabeza ajena, es maravilloso ver cómo los grandes salen de sus propios entuertos. Lo mejor de mis meses como becario fue ver como la gente mantenía la pausa y la calma tras errores colosales.

Yo, de joven, si cometía un error, reaccionaba como un extra de Titanic. Corriendo de un lado a otro y pegando codazos para subirme a una barca y salir huyendo de allí.

Con el tiempo he asumido que nadie está libre del error. Al contrario, que es parte de nuestra vida. Y me gusta la gente que, con aplomo, con paciencia, intenta enmendar lo que hizo mal. Eso sí. Hasta que yo tenga becarios a mi cargo.

Cuando llegue ese momento le echaré la culpa al jovencito casquivano. Pero hasta entonces, más me vale apechugar con lo mío con cierta madurez y una elegancia exagerada. De los errores se aprende, pero más se aprende llenándose las manos de tinta de la impresora.

Más se aprende confundiendo la sal con el azúcar. Más se aprende cuando se va la luz de la oficina y no habías guardado el documento en el que trabajabas. Para subir hay que empezar desde abajo. Quien se niega a ser aprendiz olvida que la felicidad es una escalera empinada y que cada peldaño exige su pequeño esfuerzo.


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