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Luis del Val: “Los jueces, con el sillón asegurado, nos demuestran también su mansedumbre o su cobardía”

Habla el profesor de la reforma del CGPJ

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Luis del Val

Colaborador

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 11:20

Luis del Val pone el foco de la imagen del día de "Herrera en COPE" en la reforma del CGPJ:

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No le echemos toda la culpa a Pedro I, El Mentiroso. Es cierto que aseguró que venía a desjudicializar la Política, y lo que ha llevado a cabo es politizar la Judicatura, pero los jueces ya venían politizados de Casa, Casa de la Transición. Lo que sucedió es que en la Transición el consenso primaba sobre la soberbia, y se llegó a que la porción politizada de los jueces fuera a través de un acuerdo de 3/5, que es la manera de impedir, el quítate tú que me pongo yo, y al revés, sin matices, blanco o negro.

Dado nuestro sistema, un juez insigne, de gran inteligencia, sólo puede hacer carrera jerárquica y llegar a ser miembro del Consejo General del Poder Judicial o del Tribunal Constitucional, si se arrima a una de las asociaciones existentes, que vienen a ser delegaciones de los partidos políticos. Una especie de brillante magistrado, que viniera a ser el Premio Nobel de la Judicatura, si existiera, tendría poco que hacer en España en cuanto se empeñara en ser independiente.

Lo que sucede ahora es que El Mentiroso pretende rebajar el consenso político de una mayoría cualificada, al vaivén que traen consigo las mayorías simples, acompañada de la estúpida cantinela de que lo que aprueba la mayoría simple en el Congreso es dogma de fe. Vamos, mañana el Frente Popular del siglo XXI decide que el número Pi ya no es 3,1416. y que pasa a ser 3,3333, y, nada, a calcular los puentes con el número Pi de la dogmática mayoría simple, y a construir los puentes y esperar a que se hundan, porque la geometría, como el sentido común, no atienden tonterías, aunque provengan de un científico tan ilustre como el domesticado Bolaños. Eso es dar una patada hacia adelante para que los jueces ya no sólo pertenezcan a una u otra asociación, sino para que se conviertan en forofos del partido político y -¡oh, sorpresa!- se comportan como tales. Culminada su carrera brillante y meritoria, cumplidos sus objetivos, podrían ser fieles a sí mismos, no a la Asociación o al partido, pero casi todos se muestran tan sumisos y obedientes, como esos diputados que incluso votan contra sus convicciones para no perder su sillón. Y los jueces, con el sillón asegurado, que nadie les podrá quitar, nos demuestran también su falta de libertad, su sectarismo, su mansedumbre o su cobardía.


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