Sentir irritabilidad o incluso pánico ante sonidos cotidianos como el goteo de un grifo, el ruido de alguien mascando chicle o cliqueando un bolígrafo, pueden ser síntomas de que se padece misofonía. El término significa odio (miso-) al sonido (-fonía), por tanto, las personas que lo sufren reaccionan de forma irracional ante sonidos específicos.

Este miércoles le hemos preguntado a los oyentes de Carlos Herrera por esos típicos ruidos que desquician a cualquiera como, por ejemplo, el ruido de un taladro, sobre todo los fines de semana y en las horas de descanso, el ladrido de un perro, el volumen alto de la televisión de un vecino, el de las obras en nuestra misma calle…

Entre todas las llamadas ha destacado la de Carmen, que ha confesado que el ruido que no soporta es el que hace su marido cada vez que se suben en el ascensor de su edificio. “Vivimos en un octavo y se pone a tocar el tambor con los deditos en las paredes del ascensor. En un octavo, no en un segundo”, ha clamado. “Niño, que se van a levantar los demás”, le dice cada vez que se montan en el ascendor.

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Después de 40 años casados, a la oyente lo que más le desquicia es que sus nietos siguen “la tradición de su abuelo”. “40 años casados escuchando esos ruiditos”, ha lamentado.

Lo cierto es que mientras algunas personas intentan enmascarar los ruidos, otras simplemente los tratan de evitar. Dependiendo de la gravedad de la misofonía, las consecuencias pueden llegar a ser bastante serias porque la persona puede dejar de relacionarse con los demás e, incluso, puede llegar a abandonar el hogar.

Las personas que padecen misofonía se sienten alienadas e incomprendidas porque se les suele tildar de histéricas o exageradamente sensibles. Por eso, ante casos serios, los expertos recomiendan acudir al médico.