Miro el ultimátum de Lesmes para que Sánchez y Feijóo se pongan de acuerdo para la renovación del Poder Judicial y mucho me temo que no va a quedarle otro remedio de dimitir para provocar la catarsis pendiente en el órgano de gobierno de los jueces. Desde que en la primera legislatura socialista, Felipe y Alfonso encargaran a Pablo Castellanos que cambiara la ley para someter a la Justicia a las mayorías parlamentarias, la degradación ha sido continua.

Pero ya estamos en un punto de no retorno mientras Sánchez siga en Moncloa. La judicialización de la vida política es la consecuencia directa de la politización de la Justicia en la que muchos ciudadanos, esa gente para la que afirma gobernar el mastodóntico y cada día más inútil gobierno, hace mucho que dejaron de creer.

Sin una Justicia libre de la presión partidista que nuestro señor Presidente ha elevado a chantaje, el espíritu constitucional se deshilacha y la democracia es una farsa. Ese disparate de dividir a jueces, magistrados y fiscales en conservadores y progresistas, no ha hecho más que ahondar en la falta de fiabilidad de un Poder del Estado que en todo país que se precie de democrático, tiene que frenar los abusos y los regates a la legalidad que se producen un día sí y otro también.

Sánchez, por no respetar ni se respeta a sí mismo, como vimos el martes. Pero el PP ha tenido dos mayorías absolutas y siguió mirando hacia otro lado, permitiendo el deterioro de una institución clave para nuestra convivencia.