El sótano donde vivía Ingeborg cuando era un niña era un auténtico búnker. Paredes de hormigón, puertas blindadas que se abrían igual desde dentro que desde fuera. La familia Schlingting tuvo que buscar una casa a las afueras de Hamburgo que tuviese un sótano como este porque en 1938, muchos alemanes ya se olían lo que pasaría solo unos meses después.

De su infancia, de los recuerdos de la II Guerra Mundial y de su posterior vida en Madrid habla Ingeborg Schlichting en su libro de memorias “Así encontré la felicidad”.

“En esa época se sabía que la guerra era inevitable y la casa ya tenía forma de búnker. Como todos los niños, nos hacían acostarnos pronto porque comenzaban los bombardeos y nos acostaban vestidos porque cuando teníamos que escondernos, no daba tiempo a vestirse”, ha rememorado Ingeborg.

Sobre su estancia en el colegio, ha recordado que “hacíamos el saludo alemán pero teníamos poca clase porque se interrumpían muchos las clases por los bombardeos”.

Acabada la guerra, decidió viajar hasta España, donde “había un olor por la escalera de la pensión de Madrid donde llegué que no lograba localizarlo. Era a aceite y a acelgas. Contrastaba con Alemanía, donde olía todo más a humo”.

Sobre la España de posguerra que encontró, Ingeborg ha explicado en Herrera en COPE que “estaban un poco atrasados, pero luego lo compensaba todo porque era un país maravilloso. Una época muy original. Con respecto a la educación y la posición de la mujer, eso sí, España estaba atrasada con respecto a otros países”.

También ha recordado con humor sus paseos por Madrid: “Iba por la Gran Vía y venían dos o tres hombres detrás de mi diciéndome pioropos. Pero conocí a Felipe, me lo presantó una chica francesa. Era su primo, nos conocimos y nos enamoramos muy pronto. Él estaba de luto porque había tres años que se había muerto su hermano. En aquella época era así.

Después llegó a su vida Cristina, “que nació con fórceps y fue un parto difícil. Parecía que ya estaba criada cuando nació, parecía que ya tenía dos meses”.

Por último y sobre su familia, Ingebor ha confesado que la ha acordado durante toda su vida ya que “durante la II Guerra Mundial perdió sus casas por los bombardeos”.