Muchas veces pienso en la repercusión que tienen nuestras palabras y gestos. Hasta dónde puede llegar un testimonio. O cuántas personas pueden sentirse identificadas con aquellas cosas que dices o haces.

O mejor dicho, a cuántas personas podemos acompañar en sus momentos más difíciles con gestos tan sencillos como puede ser el escuchar.

Me llenó de alegría conocer hace unos meses a Pablo, enfermo crónico, y saber que somos su mejor compañía en sus noches de viernes en diálisis. Y también escuchar el testimonio de Aarón, miembro del equipo sinodal en una de las 20 cárceles que ha participado en la fase diocesana del Sínodo en España. En su intervención, el día de la Asamblea final, dijo algo así como que cuando todos los habían dejado atrás, la Iglesia no lo hizo.

Y es que muchas veces, escuchar y sentirse escuchado, le hace a uno más persona… Queríamos, con este proceso sinodal, llegar dentro y fuera, en especial a aquellos que llamamos los ‘alejados’. Por ejemplo, es cierto que quizá no han participado muchos jóvenes, pero eso también tiene que servir a la Iglesia para escuchar su silencio y darnos cuenta de que tenemos que cambiar el rumbo y que tenemos que hacer un esfuerzo por llegar a esas ‘periferias’.

Cuando terminé de escuchar la síntesis presentada en la Asamblea final del Sínodo, lo primero que pensé es que en la Iglesia tenemos muchos deberes. Pero también que los cambios no se producen de un día para otro y que están pasando cosas buenas a nuestro alrededor.

Son esos pequeños pasos, que no tienen vuelta atrás, lo que nos tienen que empujar a seguir construyendo el camino juntos.

Por eso estoy contenta con este proceso, porque también se trata de ver nuestros “debes”. Y esa escucha y ese discernimiento que venimos trabajando desde hace meses, ha plantado una semilla en tierra fértil. Solo tenemos que regarla cada día.