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LA NOCHE DE ADOLFO ARJONA

Jim Jones: el líder de la secta el Templo del Pueblo que acabó con la vida de más de 900 personas

Fue uno de los mayores suicidios colectivos que se recuerdan, provocado por un fanático que se creía Dios en la tierra

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MÁLAGA

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Él decía ser el único Dios sobre la Tierra. Aunque en realidad no era más que un fundamentalista... un hombre con enormes ansias de poder. Jim Jones, ese era su nombre, decía ser un visionario y con ese pretexto creó su propia iglesia... el germen de una poderosa secta llamada el Templo del Pueblo.

Durante años, Jones usó su palabrería para captar adeptos a la causa y fue así como poco a poco fue ganando un poder inusitado. Cualquier afirmación que él hiciera, por delirante que fuese, era tomada por sus fieles como si de un versículo de la Biblia se tratara. Para ellos, la palabra de Jim Jones era equiparable a la palabra de Dios. Por eso, ninguno de los seguidores de aquella secta apocalíptica dudó en acceder al llamamiento de su líder: debían trasladarse a un lugar seguro si no querían ser arrasados por la inminente guerra nuclear a la que, según Jim Jones, estaba abocado Estados Unidos.

Ese supuesto lugar seguro se encontraba en un recóndito punto de la costa norte de América del Sur, en la república de Guyana. Allí establecería su centro de mando el Templo del Pueblo y allí se creó Jonestown... el pueblo de Jones, donde se congregaron centenares de seguidores del movimiento... que donaron todo su dinero y sus propiedades. En aquella granja de 140 hectáreas, Jim Jones prometía a sus fieles encontrar un paraíso. Cegados por la confianza en su guía espiritual, no podían imaginar que lo que allí les esperaba era algo más parecido al infierno.

Casi mil adeptos a la causa se instalaron en Jonestown para trabajar criando animales y arando la tierra durante doce horas al día, sin descanso y bajo unas abrasadoras temperaturas que llegaban a rozar los 40 grados. A cambio, apenas algo de comida... un poco de arroz y legumbres. Nadie podía cuestionar ni una palabra de Jim Jones... quien lo hiciera se arriesgaba a un severo castigo. En los alrededores de aquella granja, custodiada por hombres armados, se escuchaban todo tipo de historias: los vecinos murmuraban sobre las palizas que sufrían los miembros de la secta, cómo algunos niños eran electrocutados... otros lanzados a un pozo en mitad de la noche como castigo... rumores que las autoridades nunca pudieron confirmar porque traspasar las puertas de aquella comunidad era una misión imposible.

Presos del pánico por las torturas a las que eran sometidos, algunos seguidores del Templo del Pueblo consiguieron huir de Jonestown y revelar lo que ocurría en aquel macabro lugar. Un congresista norteamericano decidió visitar el lugar para averiguar qué había de cierto en aquellas informaciones. Cuando descubrió las aberraciones que allí se cometían, quiso marcharse para denunciarlo, pero tanto él como algunos de sus hombres fueron tiroteados hasta la muerte. Aquel solo sería el inicio de la masacre.

Ya no había marcha atrás. Jim Jones no estaba dispuesto a ser arrestado y juzgado por sus crímenes, por eso tomó una decisión: tenía solo unas horas para organizar un suicidio colectivo. La fecha elegida: el 18 de noviembre de 1978.

Consciente del control mental que ejercía sobre sus fieles, los reunió para decirles que la sociedad había sido destruida... que no merecía la pena seguir viviendo, pero que no había nada que temer... que la recompensa estaba cerca porque se reencarnarían y se reencontrarían en otra vida. Nadie puso en duda la palabra del líder... así que ingirieron con gusto un cóctel mortal: zumo de uva mezclado con cianuro y Valium. La bebida tardaría en hacer efecto, por eso los gritos comenzaron a traspasar los muros de aquel fortín. Los fieles del Templo del Pueblo se retorcían entre horribles dolores y convulsiones. Poco a poco, los cuerpos de más de 900 personas fueron cayendo sobre aquella pradera tropical, convirtiendo Jonestown en un terreno sembrado de muerte.

Contemplando satisfecho la escena estaba Jim Jones, gritando a sus seguidores que debían morir con dignidad. Cuando el silencio se apoderó de aquel lugar, el fundador del Templo del Pueblo empuñó una pistola y escribió su final disparándose un tiro en la cabeza. Así acababa el mayor suicidio colectivo de la historia.

Para conocer el origen de esta secta y la trayectoria de su líder, ha pasado por La Noche de Adolfo Arjona, Luis Santamaría, especialista en sectas y secretario de la Red Iberoamericana del Estudio de Sectas.

EL LÍDER

Nació en Indiana en 1931. Era un pastor evangélico, líder de un culto religioso basado en los principios de una sociedad utópica, de ideales socialistas, que creó el Templo del Pueblo en los años 50, al calor de los movimientos contraculturales que surgieron en Estados Unidos. 'Desde el principio tuvo un fuerte componente comunista, mezclado con cristianismo y además era una persona autoriataria y tenía un personalidad cariismática y magnética'.

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LA SECTA

Era una comunidad en la que reinaba “la armonía racial”; la mayoría de sus seguidores eran negros. 'Jim Jones era líder de una pequeña secta, no pasó nunca de los 3.000 adeptos, así que no podemos hablar de un famoso a nivel nacional pero si de alguien conocido a nivel local'.

El líder del Templo del Pueblo consiguió que casi un millar de fieles se trasladaran con él a Jonestown. 'Para ellos era la tierra prometida, el paraíso terrenal, el lugar donde por fin se hacía realidad la utopía, todos eran iguales sin distinción de razas. Era el reino de Dios en la tierra'.

SUICIDIO

El 18 de noviembre de 1978, Jim Jones dijo a sus fieles que no merecía la pena seguir viviendo... que debían morir, y las secretarias y enfermeras que trabajaban en Jonestown comenzaron a repartir a los fieles frascos con cianuro. 'Sabemos que a algunos les inyectaron el cianuro y otros murieron por armas de fuego, obviamente fue contra su voluntad. Los que lo bebieron de forma voluntaria lo hicieron porque su voluntad había sido manipulada'.

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Las imágenes del suicidio colectivo son espeluznantes... un lugar plagado literalmente de cadáveres. 'Nos mostraron hasta donde llega el fanatismo. Las fotos de los diarios días después mostraban la imagen de cientos de muertos'.






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