La foto que me ha llamado la atención hoy es muy probable que ya la hayas visto a. Es de una fotógrafa de Reuters. La tomó el sábado en la ciudad ucraniana de Bucha. El asfalto negro de una calle, retratado muy de cerca, está salpicado de cascotes y de algunas ramas pequeñas. Hay grava, piedras pequeñas, y una piedra mediana reventada por una explosión. En ese asfalto negro yacen el brazo y la mano de una mujer. El brazo envuelto en una chamarra azul. La mano desnuda, suavemente cerrada, los dedos plegados sin crispación hacia la palma. La mano era blanquísima antes de caer al suelo, pero ahora está manchada, muy manchada de asfalto oscuro. Como si hubiera escarbado intentado encontrar un poco más de vida. Las uñas están pintadas de un rojo escarlata. Son unas uñas cuidadas, con manicura permanente. La mujjer que ha quedado tirada sobre la calle era, usemos el presente, es una mujer coqueta. Antes de que llegaran los soldados se fue a la peluquería del pueblo. Primero le extendieron un gel viscoso, luego el color que ella había elegido. Quería un escarlata de Venecia para que quedara claro su origen regio, para que se viera el fuego que llevaba dentro. Quería un rojo que destacara lo guapa que era, que destacara su belleza. Le secaron las uñas con la lámpara de rayos uva. Y al salir a la calle no paraba de mirarlas, por fin sus manos lo contaban todo. Contaban lo hermosa que había sido su infancia, la sacudida del primer beso del que ahora era su marido, la nostalgia que le despertaban los amaneceres en verano cuando se le ensanchaba el pecho y quería vivir mucho. Ahora el rojo es rojo sangre de una mano que parece seguir suplicando vivir más. Ahora ya es todo vida.