La foto que me ha llamado la atención la he visto en internet, es del fotógrafo catalán, fallecido hace unos días Ferrán Freixat. En primer plano aparece un comedor de época, con mesas pequeñas, sillas de madera bastante historiadas y las paredes decoradas con escenas de la vida cotidiana de un siglo pretérito. Los frescos le dan a la estancia un ambiente recargado.

Debe cohibir bastante almorzar en un ambiente así, y ya se sabe que en esas circunstancias acaba uno tapando los manteles blancos por haberlos manchado. Las mesas seguramente son simples veladores. La puerta de la primera estancia da una segunda estancia donde hay otra puerta en el mismo sitio que da paso a una tercera estancia. Y, al final de tan largo y profundo espacio, al final de la sucesión de habitaciones, sobre una mesa redonda hay colgado un gran espejo.

A la profundidad de las tres piezas se une la luna que repite de forma casi infinita el espacio al que se abre el comedor del primer plano. A los que se sientan a desayunar y comer en tan historiado cenador su mirada se les proyecta hacia otros espacios, hacia otros mundos. Muerden, mastican, se limpian la boca, beben, hablan con otros comensales y, sin querer, están en otro sitio, en alguna de las habitaciones contiguas, en el punto infinito al que les lleva la laboriosidad del espejo. La vida, a menudo, es estar sentado en un comedor como el de la foto, una especie de fuga permanente a otros espacios, la vida a menudo es querer otra vida, creemos que las cosas que son la vida no son la vida.